Los cuentos clásicos o tradicionales nos han acompañado desde la existencia de la humanidad, estos han sido contados y recontados durante generaciones. No es de extrañarnos que la primera versión de la Cenicienta se remonta unos 1000 años y tiene más de 700 variaciones en todo el mundo. Sin embargo, por la complejidad, extensión de los textos y contenido negativo, estas historias originalmente no estaban destinadas a los niños.

Esta es la razón por la cual los cuentos clásicos que tanto disfrutan nuestros pequeños difieren considerablemente los cuentos tradicionales originales.

Los cuentos clásicos o tradicionales nos invitan a un mundo maravilloso donde la lógica y la causalidad están suspendidas. Son cuentos populares, pues mientras escuchan o leen las historias, los pequeños viajarán a tierras encantadas en compañía de princesas, hadas, brujas y gigantes. No hay lugares ni personas reales, y al final del cuento son devueltos al mundo real con un sentido de asombro y una curiosidad aún mayor.

Los cuentos tradicionales a menudo contienen enseñanzas para la vida. Por ejemplo, mentir o robar es incorrecto, nunca se debe hablar con extraños o el bien siempre prevalecerá sobre el mal. Por medio de los personajes, los niños pueden aprender que las decisiones apresuradas pueden tener consecuencias muy negativas. Pese a que muchos critican los cuentos tradicionales por simplificar la realidad, estos motivan a los niños a contribuir al bien, al ofrecerles un millón de razones para imaginar ser los victoriosos héroes y no los villanos.

Comprender la estructura de los textos es indispensable para el desarrollo de la comprensión lectora. En los cuentos tradicionales, el inicio (había una vez), medio (problema) y final (y vivieron felices para siempre) resultan muy claros para los pequeños. La comprensión de la estructura de la historia ayuda a los niños a aprender a contar una historia y desarrollar sus habilidades de pensamiento y comprensión.